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El dibujante Ralf König. / l. d. |
Pero la conversación pasa rápidamente a otros asuntos. Como el
episodio de censura que vivió en los años noventa, cuando las
autoridades bávaras trataron de impedir que sus cómics se vendieran en
librerías por considerarlos pornografía pura y dura. “Está muy bien la
libertad de ahora. Pero en cierta medida echo de menos esa época. Ahora
el sexo ya no escandaliza a nadie, aunque a mí me sigue divirtiendo
dibujarlo”. ¿Qué tema levanta ampollas ahora? “La religión”, responde
sin dudar.
König recuerda el impacto que en la pubertad le causaron las primeras películas pornográficas que encontró, en formato súper-8, escondidas en un cajón de su padre. “Eran danesas y muy malas. Los hombres, con grandes patillas, no eran demasiado atractivos. Pero a mí me volvían loco”, asegura. Al poco tiempo empezó a dibujar en revistas muy minoritarias. En 1987, con la publicación de El hombre deseado, cuya versión cinematográfica fue uno de los máximos taquillazos del cine alemán, llegó la popularidad masiva. ¿Cómo se explica el éxito de un producto en principio destinado a un grupo minoritario? “Por primera vez se hacían chistes sobre gais y parecía políticamente correcto reírse de ellos. Cuando empecé, hace 30 años, la homosexualidad era un tabú absoluto en Alemania”.
La entrevista se realizó pocos días antes de las elecciones alemanas de ayer; y la pregunta es obligada: “No puedo apoyar a un partido como el de Angela Merkel, que se opone al matrimonio gay. Helmut Kohl estuvo 16 años y temo que ella vaya a igualar el récord”. Pese a todo, König, que tenía pensado votar a los socialdemócratas pero sin mucho convencimiento, reconoce que la canciller, personalmente, no le disgusta. “No es agresiva, siempre parece amable y me fascina cómo se las ha apañado para seguir en la cúpula del poder. El problema es que habla mucho y no dice nada. Son todo palabras vacías”.
Ha pasado más de una hora y König sigue hablando. Cuenta, por ejemplo, lo mucho que le divirtió el año pasado una exposición que le dedicó el museo de la ciudad de Colonia. “La hicimos en colaboración con la Iglesia, porque se centraba en un libro mío sobre la leyenda de las 11.000 vírgenes. Así que el que compraba una entrada podía ver por el mismo precio mi exposición y la basílica de Santa Úrsula. Estuvo muy bien”, dice entre risas. Al despedirse, coge un libro del periodista y se toma unos cuantos minutos para obsequiarle con un dibujo de sus personajes Konrad y Paul. “Creo que no he estado muy inteligente en las respuestas. Te doy esto en compensación”.
König recuerda el impacto que en la pubertad le causaron las primeras películas pornográficas que encontró, en formato súper-8, escondidas en un cajón de su padre. “Eran danesas y muy malas. Los hombres, con grandes patillas, no eran demasiado atractivos. Pero a mí me volvían loco”, asegura. Al poco tiempo empezó a dibujar en revistas muy minoritarias. En 1987, con la publicación de El hombre deseado, cuya versión cinematográfica fue uno de los máximos taquillazos del cine alemán, llegó la popularidad masiva. ¿Cómo se explica el éxito de un producto en principio destinado a un grupo minoritario? “Por primera vez se hacían chistes sobre gais y parecía políticamente correcto reírse de ellos. Cuando empecé, hace 30 años, la homosexualidad era un tabú absoluto en Alemania”.
La entrevista se realizó pocos días antes de las elecciones alemanas de ayer; y la pregunta es obligada: “No puedo apoyar a un partido como el de Angela Merkel, que se opone al matrimonio gay. Helmut Kohl estuvo 16 años y temo que ella vaya a igualar el récord”. Pese a todo, König, que tenía pensado votar a los socialdemócratas pero sin mucho convencimiento, reconoce que la canciller, personalmente, no le disgusta. “No es agresiva, siempre parece amable y me fascina cómo se las ha apañado para seguir en la cúpula del poder. El problema es que habla mucho y no dice nada. Son todo palabras vacías”.
Ha pasado más de una hora y König sigue hablando. Cuenta, por ejemplo, lo mucho que le divirtió el año pasado una exposición que le dedicó el museo de la ciudad de Colonia. “La hicimos en colaboración con la Iglesia, porque se centraba en un libro mío sobre la leyenda de las 11.000 vírgenes. Así que el que compraba una entrada podía ver por el mismo precio mi exposición y la basílica de Santa Úrsula. Estuvo muy bien”, dice entre risas. Al despedirse, coge un libro del periodista y se toma unos cuantos minutos para obsequiarle con un dibujo de sus personajes Konrad y Paul. “Creo que no he estado muy inteligente en las respuestas. Te doy esto en compensación”.
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