EL PAIS:Afortunadamente, el tribunal en esta ocasión no ha querido enmendar lo que la ciudadanía ya había sumido con toda naturalidad
Después de siete años y veintidós mil matrimonios, el Tribunal
Constitucional ha validado el matrimonio homosexual al rechazar el
recurso del PP contra la ley que lo legalizaba. A menudo, los tribunales
llegan tarde. La sociedad había ya decidido, asumiendo con toda
normalidad una ley que no ha traído ninguno de los terribles males que
el PP y su coro de acompañamiento episcopal auguraban. Afortunadamente,
el tribunal en esta ocasión no ha querido enmendar lo que la ciudadanía
ya había sumido con toda naturalidad. No podía ser de otra manera. El
Constitucional es garante de los derechos y libertades de los
ciudadanos. Difícilmente podía objetar una ley que reconoce a un sector
importante de nuestros conciudadanos un derecho que se les negaba y
amplía, por tanto, las opciones de vida, sin perjudicar a nadie, salvo a
las atormentadas mentes homófobas. Es un triunfo de Zapatero, que tuvo
el coraje de impulsar una serie de reformas en los derechos civiles que
sitúan a España junto a los países más avanzados en el campo de las
libertades personales, después del enorme retraso acumulado por tantos
años de imposición del nacional-catolicismo. El fracaso de la
presidencia de Zapatero, por su errática gestión de la crisis económica y
social, que ha hundido el proyecto socialista, no debe impedir el
reconocimiento a una serie de reformas que han ampliado las opciones y
los derechos de los ciudadanos. Reformas que a su vez no justifican una
de sus extrañas maniobras compensatorias. Zapatero fue el presidente de
la democracia que más dinero dio la Iglesia Católica. Una vela al
diablo, una dádiva a Dios.
Pero la decisión del Constitucional es también un fracaso del PP, que
ve rechazado su recurso. Y un golpe al proyecto de restauración
conservadora que Mariano Rajoy ha encargado a Alberto Ruiz-Gallardón y a
José Ignacio Wert. Dicen en el entorno del PP que la decisión del Alto
Tribunal ha sido un alivio, porque libra al gobierno de las
consecuencias que habría tenido una rectificación de la ley. Son niveles
de cinismo difíciles de superar. La ley era inadmisible para ellos hace
siete años, por razones, al decir de los sobreactuados discursos de la
época, de profundo calado moral y social. Y ahora es una suerte no tener
que tocarla porque nos ahorramos un gran lío. ¿Cómo se justifica
entonces la que montaron en su momento? ¿Es aceptable jugar con la
suerte de un colectivo de millones de personas por espurios intereses
políticos? El gobierno ni siquiera ha pedido disculpas a las 22.000
parejas que han vivido estos años con la zozobra de que el
Constitucional pudiera anular la ley y dejarlas en la ilegalidad. Se
trata de uno de tantos episodios de los años negros del PP en la
oposición en que, con tal de desgastar al gobierno socialista, buscó
sistemáticamente ganar en los tribunales lo que perdía en el parlamento,
utilizó la lucha antiterrorista como materia de confrontación política y
se lanzó a campañas desaforadas recorriendo las calles del brazo de los
obispos o recogiendo firmas y promoviendo boicots contra el Estatuto
catalán de 2006.
La decisión del Constitucional llega precisamente cuando Francia está
en pleno debate sobre el matrimonio homosexual. También allí la derecha
se alía con la Iglesia Católica para dar la batalla contra el gobierno
socialista. Que lo hiciera una derecha como la española, que bebió del
nacional-catolicismo en un pasado no tan lejano y que todavía tiene una
parte de la parroquia atenta a los prelados, podría ser explicable, que
lo haga la derecha republicana francesa (o una parte de ella) es
inquietante, porque puede dar pistas sobre el calado de la revolución
conservadora. Afortunadamente, Barack Obama ha ganado las elecciones en
Estados Unidos y ha frenado la ofensiva cultural que habría seguido a
una victoria de Mitt Romney. Pero Obama ha ganado en un país
profundamente dividido, “como nunca lo había estado desde la II Guerra
Mundial”, en palabras del periodista John Lee Anderson. Lo que habla de
una fractura cultural profunda. La derecha parece decidida a aprovechar
la crisis para reinstalar los valores conservadores: sálvese quien
pueda, religiosidad como lenitivo, laboriosidad como destino, rechazo a
las minorías, familia convencional, desprecio a los perdedores, estado
débil al servicio del dinero. Y, sin embargo, son incapaces de
capitalizar el deseo conservador de los homosexuales de vivir en
matrimonio y formar una familia como los demás. Son unas derechas muy
patriarcales, que detestan las minorías por encima de todo porque las
ven como una amenaza a su cerrada estructura de poder.
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