- El nuevo cardenal español nombrado por el Papa, Fernando Sebastián, reaviva la polémica sobre la postura de la Iglesia
El cardenal Fernando Sebastián Aguilar. / Efe |
Nunca se le había pasado por la cabeza que, a sus 84 años,
el Papa Francisco iba a nombrarle cardenal. El arzobispo emérito de
Pamplona, Fernando Sebastián, no ha dejado de recibir felicitaciones en
la última semana, incluso de amigos de la infancia de los que hacía
décadas que no tenía noticias. Pero también son muchos los malagueños
que le han parado por la calle para darle la enhorabuena. En Málaga
estableció su residencia en 2007 y aquí seguirá viviendo pese a ser uno
de los hombres de confianza del Pontífice, que dijo ser alumno suyo. Le
gusta dar largos paseos por la ciudad y se ha convertido en embajador de
los espetos y del ‘pescaíto’ frito cuando hace de anfitrión en su lugar
de retiro. Apenas si estuvo 20 meses al frente de la diócesis malagueña
cuando Ramón Buxarrais renunció a la sede episcopal, pero no dudó en
escoger Málaga para pasar sus últimos años. Aquí le ha llegado por
sorpresa el nombramiento de cardenal. Antes de viajar a Roma para
iniciar los preparativos de la ceremonia de nombramiento –nueva sotana
incluida– recibe a Sur en su residencia de la Casa Diocesana de
Espiritualidad, junto al Seminario.
–Imagino que abrumado por lo vivido en la última semana.
–Pues sí, por el aluvión físico de felicitaciones de todas
partes y por el hecho de que el Papa se haya fijado en mí y haya querido
hacerme este gesto de confianza que yo agradezco y que casi me
avergüenza un poco, porque estoy convencido de que no lo merezco. Hay
mucha gente que lo merecería más que yo.
–¿Qué cambios tendrá que hacer a partir de ahora?
–Supongo que no muchos porque, como estoy en edad de
jubilación, no creo que me den un encargo así muy habitual. No lo sé
exactamente.
–¿Cómo sienta eso de que el Papa diga que es alumno suyo?
–Fue cuando en 2006 cuando nos dirigió unos ejercicios
espirituales como cardenal. Me saludó por mi nombre y yo le pregunté que
de qué me conocía. Me dijo que leía todos mis escritos y que era alumno
mío. Me dio una gran alegría. Cuando publicas cosas no sabes dónde va.
Fue una grata sorpresa y no pensaba más en eso.
–Justo ahora que la corrupción parece que todo lo invade.
–Claro. La Iglesia, aun reconociendo los pecados que
podamos cometer los que estamos dentro, demuestra un esfuerzo sincero de
rectificar y de hacer las cosas bien en favor de los demás.
–Esta
semana también ha sido noticia la comparencia de cardenales ante el
Comité de la ONU sobre los Derechos del Niño para tratar los casos de
pederastia. ¿Cómo puede repararse o evitarse este daño?
–Los problemas de conductas personales no pueden impedirse
de una manera absoluta. Pero la forma de evitar este tipo de cuestiones
es acentuar nuestro trabajo en la educación, educar moralmente,
religiosamente y humanamente, con estabilidad afectiva, con fuerza de
voluntad... Todos los problemas de tipo personal arrancan de una
deficiencia educacional. No solo en los colegios religiosos, en todos
los centros educativos. Todo ayuda para hacer una persona sólida, cabal,
inspirada en buenos sentimientos de afecto y sentimiento a los demás.
En la Iglesia tenemos que educar bien en los seminarios, discernir,
seleccionar a los candidatos a sacerdotes lo mejor que podamos, siempre
con el temor de que las personas no somos máquinas y pueden fallar. Pero
es admirable el valor de Benedicto XVI y del Papa Francisco de afrontar
este problema, reconocer las deficiencias y poner remedio en la medida
en que depende de la Iglesia.
–Vamos
a desobedecer un poco al Santo Padre que ha dicho que los curas no
deberían estar todo el tiempo hablando de los homosexuales, el aborto y
el preservativo. Ya es famosa su frase sobre los gays en la que afirmó
él no era nadie para criticarlos. ¿La comparte?
–El Papa extrema los gestos de respeto y estima a todas las
personas, pero no traiciona ni modifica el magisterio tradicional de la
Iglesia. Una cosa es manifestar acogida y afecto a una persona
homosexual y otra, justificar moralmente el ejercicio de la
homosexualidad. A una persona le puedo decir que tiene una deficiencia
que es lo que es, pero eso no justifica que deje de estimarla y
ayudarla. Creo que esa es la postura del Papa, lo mismo respecto del
matrimonio homosexual o los divorcios. Vamos a estar a su lado, pero la
Iglesia no puede cambiar las exigencias de la moral. El amor siempre
pide fidelidad y ser irrevocable. El amor humano es lo que es y la
Iglesia tiene que defender la verdad y la autenticidad profunda del
hombre, ayudando a todos, a los que lo realizan bien y a los que se
equivocan o fallan.
–Ha mencionado la palabra deficiencia. ¿Entiende como tal la homosexualidad desde el punto de vista de la moralidad?
–Sí. Muchos se quejan y no lo toleran, pero con todos los
respetos digo que la homosexualidad es una manera deficiente de
manifestar la sexualidad, porque ésta tiene una estructura y un fin, que
es el de la procreación.Una homosexualidad que no puede alcanzar ese
fin está fallando. Eso no es un ultraje para nadie. En nuestro cuerpo
tenemos muchas deficiencias. Yo tengo hipertensión, ¿me voy a enfadar
porque me lo digan? Es una deficiencia que tengo que corregir como
pueda. El señalar a un homosexual una deficiencia no es una ofensa, es
una ayuda porque muchos casos de homosexualidad se pueden recuperar y
normalizar con un tratamiento adecuado. No es ofensa, es estima. Cuando
una persona tiene un defecto, el buen amigo es el que se lo dice.
–El
tema del aborto está de actualidad por la reforma de la ley que quiere
llevar a cabo el Gobierno. ¿Le inquieta todo lo que se está suscitando
en torno a este asunto?
–Me inquieta que la sociedad española haya asimilado la
normalidad del aborto. Es un debate mal planteado. Se elude la verdad
del aborto. No es la interrupción del embarazo, es la interrupción de la
vida de un ser humano incipiente que está en el vientre de su madre. A
partir de ahí podemos discutir si es lícito o despenalizado. ¿Una mujer
sensata y normal es capaz de reclamar el derecho a acabar con la vida
del hijo que lleva dentro? No tiene sentido políticamente ni
antropológicamente hacer del aborto una bandera de modernidad. Es un
tema de reflexión más humanista que religiosa.
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