- El tercer suicidio en nueve meses destapa el sufrimiento del colectivo
- El Congreso debate crear el delito de homofobia
Ludovico Mattei. / L. M. |
Ludovico Mattei, de 18 años, pelo al uno y ojos marrón chocolate,
recuerda sobre todo un sábado por la tarde, el invierno pasado. La calle
del Corso, paraíso de las compras en la capital italiana, estaba a
rebosar por las rebajas. “Caminaba de la mano con mi novio y me di
cuenta de que la muchedumbre se abría conforme íbamos avanzando: todo el
mundo se alejaba y nos miraba con recelo o, al menos, extrañados”. El
pequeño episodio de vida cotidiana funciona como metáfora de una
dificultad permanente: “Es duro ser gay hoy en Italia. Luchas con un
clima que dice que estás sucio, infectado, que quién sabe qué cosas
horribles haces”.
El mismo aislamiento, más desesperado y menos cosciente, sintió
Roberto, de 14 años, en San Basilio, situado a cuarenta minutos de
autobús del Coliseo. En la madrugada del jueves se tiró de la ventana de
su comunidad, que ahora se ahoga en el bochorno y en la incredulidad.
Dejó una carta en el ordenador, dijo que no soportaba los insultos de
los coetáneos y la vergüenza de deber “confesar” al padre su
homosexualidad. No es un caso aislado: en noviembre, un chico de 14 años
se ahorcó con una bufanda en su habitación en el sur de Roma. Se había
convertido en el hazmerreír de sus compañeros, que le tildaban de
maricón. En Novara, entre Turín y Milán, a principios de año, una chica
lesbiana de 15, se tiró por la ventana. En los tres casos, los fiscales
investigan a desconocidos por instigación al suicidio.
En Italia no existe un delito de homofobia. El Congreso cerró por
vacaciones dejando en suspenso la aprobación de un proyecto de ley que
lo introduce. “Estos episodios solo representan la punta de un iceberg,
síntomas de un sufrimiento general. Necesitamos un cambio cultural,
sobre todo, pero la política debe marcar el camino, la dirección",
evalúa Franco Grillini, presidente honorario de la mayor asociación para los derechos de homosexuales y transexuales, Arcigay.
Ludovico no tiene miedo. Su madre y sus amigos le quieren. El padre y
otros conocidos se alejaron desde que salió del armario hace cuatro
años. “Es mejor, así aprendes en quién puedes confiar”, dice. En
septiembre se presentó a las elecciones en su instituto de Monterotondo,
una localidad de 42.000 habitantes a unos 25 kilómetros de Roma. “Una
noche me agredieron cerca de casa”. El acoso y las trabas le motivaron
aún más. Ahora es representante de los estudiantes y sueña con hacer
política activa en unos años. Se considera “afortunado”, sin titubear.
“Sé de chicos de mi edad a quienes sus padres les pegan, les echan de
casa”. Son fenómenos confirmados por las 20.000 llamadas anuales al Gay
center de Roma. “La mayoría denuncia agresiones o discriminaciones en
casa y en la escuela. Pero deben seguir compartiendo tiempo y espacio
con sus esbirros en un creciente sentimiento de aislamiento”, resume
Fabrizio Marrazzo, portavoz de la asociación. Según sus datos, “de 4.000
chicos de entre 14 y 18 años, el 5% se declara homosexual y uno de cada
tres ha pensado en suicidarse”.
“Cuando creces y te formas en un ambiente que reconoce como correcto
un único modelo de relación, si te das cuenta de que para ti no
funciona, sufres un trauma. En la adolescencia se exaspera esta
dificultad de aceptarse, el sentimiento de derrota, el miedo a
decepcionar a los seres queridos. En Italia, además falta una cultura
civil capaz de acompañar a los muchachos en este momento delicado”,
comenta Vittorio Lingiardi, psicoanalista y catedrático de la
Universidad La Sapienza, autor de Citizen gay. Familias, derechos negados, salud mental.
“Hemos dado pasos gigantescos hacia la apertura. Reconforta pensar
que regiones del Sur no muy modernizadas como Apulia y Sicilia eligieron
a presidentes homosexuales declarados. Sin embargo, más del 30% de la
población sigue teniendo recelos, lo que significa que no considera
oportuno ampliar derechos o admite preferir que el maestro de sus hijos o
el médico de familia no sea gay”, resume Marzio Barbagli, sociólogo
jubilado de la Universidad de Bolonia, autor de un estudio de 2007 sobre
los homosexuales italianos (Omosessuali moderni). “La
tradición católica tiene raíces fuertes. Este clima dificulta la salida
del armario. La mitad de los gais italianos no se declaró ni con sus
padres”, explica Barbagli.
“Me levanto por la mañana y solo deseo ser invisible”, dice Davide
Tancredi, de 18 años. Pide, por favor, que no se publique el nombre de
la ciudad norteña desde donde contesta al móvil, ni el nombre de su
instituto: “Ninguno de mis compañeros lo sabe. No soportaría su juicio”,
se excusa. Y enseguida pregunta: “En España es distinto, ¿verdad?”.
Busca un horizonte más abierto, la esperanza de oxígeno, más allá de su
casa, donde sus padres le aman y respetan por lo que es. Fuera de allí,
la vida de Davide es una guerra. Lo escribió en una carta al diario La Repubblica. Los políticos contestaron, conmovidos.
“Hay que pisar el acelerador y aprobar la ley”, dijo la presidenta
del Congreso, Laura Boldrini. El diseño de iniciativa parlamentaria pasó
el examen de la Comisión de Justicia y fue debatido en la Cámara baja
—casi a escondidas—, pero no fue votado. Se presentaron 300 enmiendas,
sobre todo de la derecha y la Liga Norte. “No tuvimos tiempo para
aprobarla y pasarla al Senado”, admite Sergio Lo Giudice, del Partido
Democrático, veterano defensor de los derechos de los gais. “Pero seguro
que lo lograremos en septiembre. Se trata de un texto propuesto por el
Pueblo de la Libertad y por nosotros. Amplía una ley de 1993 que castiga
la instigación a la violencia y a la discriminación por razones
raciales, étnicas o religiosas. Vamos a añadir ‘de inclinación sexual”.
Muchas voces críticas se levantaron durante el debate. Los católicos
—en el partido centrista de Mario Monti, en el Pueblo de la Libertad y
en la Liga Norte— sostuvieron que viola la libertad de expresión, que
castraría, por ejemplo, a alguien que se exprese contra el matrimonio
entre personas del mismo sexo. Es optimista Cecilia Guerra: “Es una ley
mínima, de marco, para lanzar una señal”, indica la viceministra de
Trabajo y Políticas Sociales, con poderes en esta materia desde que
dimitió la titular de Igualdad. “Intentaremos encarrillar proyectos en
las escuelas: la formación lo es todo”. Flavio Romani, presidente de
Arcigay, añade: “No basta una ley que no previene, sino que solo castiga
a los responsables de hechos extremos. Pero es un primer paso, un
ejemplo para lavar el estigma”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario