Numerosos países del continente mantienen leyes y prácticas muy represivas contra el colectivo homosexual
El país del arco iris cumple con su apodo, que también
tiene resonancias homosexuales. Sudáfrica se encuentra en la vanguardia
de la normativa más progresista con el colectivo ya que contempla los
matrimonios del mismo sexo y aspira a convertirse en un destino
turístico para esta comunidad. Ciudad del Cabo cuenta con el barrio boho
chic de De Waterkant, su particular Chueca, y una marcha del Orgullo
Gay plenamente establecida. Pero se trata de una excepción en todo el
continente africano, un territorio hostil a sus derechos tanto a través
de legislaciones punitivas como mediante demostraciones de un odio
visceral.
El paraíso multicolor también esconde algunos infiernos.
Hace cinco años, la futbolista Eudy Simelane, activista homosexual, fue
hallada muerta en un arroyo. Había sido golpeada y apuñalada tras haber
sufrido una violación correctiva, una práctica grupal que se lleva a
cabo con lesbianas para, presuntamente, reorientar su tendencia sexual.
Según la organización ActionAid, en la liberal Ciudad del Cabo se
producen semanalmente diez casos de dicho fenómeno.
Pero la violencia institucional puede ser aún más
delirante. El proyecto de ley de Anti-Homosexualidad de Uganda simboliza
y explica las raíces de esta hostilidad. La norma, popularmente
conocida como "Kill the Gays", pretendía establecer la pena de muerte
para los actos sexuales reiterados, pero las protestas la recondujeron a
la cadena perpetua. Su histérica caza de brujas no sólo persigue a los
homosexuales en el territorio, sino que también solicita la extradición
de los gays ugandeses en el extranjero y reprime a todos los individuos y
organizaciones que luchen por sus derechos.
El proyecto lleva tres años buscando su aprobación en el
Parlamento. David Bahati, su promotor, no ceja en el empeño, a pesar del
repudio internacional. El político pertenece a una secta evangélica
radical, factor decisivo para explicar esta ola de homofobia. Los credos
ultraconservadores de origen norteamericano han encontrado un medio
afín en África, donde la supervivencia gira en torno a la familia en su
concepto más amplio y la religiosidad y el rito empapan la vida
cotidiana de los individuos.
El ataque a los homosexuales constituye un fácil banderín
de enganche, una herramienta eficaz para el proselitismo. En el caso
ugandés, la referencia concreta se encuentra en la campaña promovida por
varios predicadores en 2009 en la que también participó un
representante de Exodus Internacional, entidad que ofrece terapias para
reconducir la orientación sexual de gays y lesbianas.
Los países de mayoría islámica prohíben las relaciones
homosexuales, aunque regímenes laicos con mayoría de población musulmana
las han aprobado, caso de Chad, Níger o Malí. Curiosamente, los
habitantes de la isla de Mayotte pertenecen a esta fe, pero al tratarse
de un departamento francés, incluso pueden acceder a la unión civil. La
legitimidad también está contemplada en Congo, Costa de Marfil o Gabón.
Por el contrario, en Sierra Leona están castigadas con la cadena
perpetua y en Kenia, una de las repúblicas más avanzadas de todo el
continente, las penas pueden llegar a los catorce años de reclusión.
Valores ancestrales
La homofobia no resulta vana. Su utilización aporta una
evidente rentabilidad para una clase dirigente carente de argumentos en
países depauperados. El rechazo apela a valores ancestrales, compartidos
con indiferencia de la fe de cada ciudadano, y se justifica como medio
para combatir depravaciones como la pedofilia y cualquier otro tipo de
crimen. Los gays aparecen como un peligro para la sociedad en su
conjunto. Los razonamientos son contundentes. «Si los perros y los
cerdos no lo hacen, ¿por qué sí los seres humanos?», se preguntaba
Robert Mugabe, el presidente de Zimbabue. Los cargos de sodomía llevaron
a la cárcel a su predecesor Canaan Banana, quien siempre adujo que la
acusación fue una eficaz manera de apartarle de la pugna política.
El padre de la patria namibia San Nujoma amenazó con
detener y deportar a los homosexuales, aunque ninguna autoridad fue tan
expeditiva como el gambio Yahya Jammeh que declaró una determinación
«más estricta que en Irán», al asegurar que cortaría la cabeza de los
gays y les otorgó veinticuatro horas para abandonar el país si no
querían ser decapitados. En 2008 dos turistas españoles resultaron
detenidos en esa pequeña república porque habían preguntado a un taxista
los lugares donde se practicaba "cruising" y otro holandés resultó
arrestado porque portaba fotos de nativos desnudos.
Esta actitud no es tan sólo propia de personajes
autoritarios. La presidenta liberiana Ellen Johnson Sirleaf, Nobel de la
Paz, ha expresado su actitud contraria a despenalizar las prácticas
gays. El continente incluso asiste a una tendencia que refuerza la
punición como es el caso de Nigeria, cuyo Senado ha aprobado una ley que
agrava las penas. Los parlamentarios la han llevado adelante a pesar de
que Gran Bretaña ha amenazado con retirar su ayuda al desarrollo.
Las leyes sancionan la violación de derechos humanos
ratificados por estos Estados y permiten todo tipo de torturas y
vejaciones de la Policía. En el caso de Camerún, varias organizaciones
como Human Rights Watch afirman que se producen numerosas detenciones
arbitrarias o basándose en evidencias tan remotas como sorprender a los
detenidos bebiendo Bailey"s, una bebida que a los agentes no les pareció
masculina.
Abusos de los medios
El repudio social también alienta otro tipo de abusos, en
este caso por medios de comunicación sin escrúpulos. Varios periódicos
cameruneses publicaron en 2005 los nombres de presuntos gays, a pesar de
que esta revelación puede suponer a las víctimas del "outing" hasta
cinco años de cárcel. Entre los afectados se encontraba el propio
ministro de Comunicación.
La peligrosa revelación también fue llevada a cabo por la
revista ugandesa "Rolling Stone" en octubre de 2010 con la publicación
de una lista de cien individuos. El documental "Call me Kuchu" retrata
la vida de David Kato, un activista gay asesinado hace dos años en este
país, uno de los peores del mundo para los sujetos que se sientan
atraídos por los de su mismo sexo. Giles Muhame, editor de la mencionada
publicación, lamenta en pantalla el triste final del militante. El
periodista asegura que se le debía de haber detenido, procesado y
ahorcado con todas las garantías judiciales.
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