Las manifestaciones en Francia o la prohibición de la «propaganda gay» en Rusia son ejemplos de la creciente visibilidad de esta actitud en Europa
La geografía de la homofobia es más compleja de lo que
suponíamos. A medida que los gays avanzan hacia la igualdad de derechos
en buena parte del mundo civilizado, resultaba tentador pensar que el
reverso oscuro, el rechazo obstinado a avalar las relaciones entre
personas del mismo sexo, se iba restringiendo a algunas zonas muy
concretas, como pueden ser los países musulmanes o buena parte de
África. En la progresista Europa nos quedaban personajes singulares,
casi cándidos en su cerrazón, que de vez en cuando se emborrachaban con
argumentos biológicos, sociológicos y teológicos. En España tenemos al
obispo de Alcalá, Juan Antonio Reig Pla («Piensan ya desde niños que
tienen atracción hacia las parejas del mismo sexo y, a veces, para
comprobarlo, se corrompen y se prostituyen o van a clubes de hombres: os
aseguro que encuentran el infierno», dijo en homilía televisada), o al
ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz («La pervivencia de la
especie no estaría garantizada»), pero tampoco se trata de una
peculiaridad nuestra: ahí está Lord Tebbit, el 'tory' británico que
logró dar un enfoque radicalmente nuevo al asunto. «¿Qué pasa si tenemos
una reina que es lesbiana y se casa con otra señora y entonces decide
que quiere tener un hijo y alguien le dona esperma?», preguntó, además
de plantear la posibilidad de casarse con su hijo para que se ahorre los
impuestos a la hora de heredar.
Sin embargo, en los últimos tiempos, la homofobia está
ganando una insólita visibilidad en Europa, y no lo hace en 'petit
comité' sino a lo grande. Las protestas masivas contra el matrimonio
homosexual y su derecho a adoptar en Francia supusieron para muchos una
revelación: incluso en la cuna de la libertad, la igualdad y la
fraternidad, «muchos decidían ir en contra de esos tres principios para
frenar la equiparación de derechos». En el Reino Unido, David Cameron ha
tenido serios problemas dentro de su partido para impulsar la nueva
legislación, aprobada ya por los Lores, y el Gobierno alemán ha apostado
por la prudencia y ha detenido la equiparación fiscal, al alzarse voces
airadas en nombre de la familia tradicional. «Ocurre en todas partes:
cuanto más fuerte se hace la lucha por el matrimonio igualitario, más
'lobbies' conservadores surgen. Pensábamos que Francia era un país más
liberal, pero el conservadurismo encuentra maneras de emerger, y más en
tiempo de crisis, cuando el racismo o la homofobia se convierten en una
manera de recabar votos», comenta Gabriel Aranda, coordinador del área
internacional de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y
Bisexuales (FELGTB). «Llevamos un tiempo de muchos avances -añade- y
creíamos que iba a producirse un efecto dominó, pero está apareciendo
una reacción de gran visceralidad».
En el este de Europa, se ha desperezado el monstruo: la
Duma rusa aprobó este martes -con 434 votos a favor, una abstención y
ningún voto en contra- la ley que prohíbe la «propaganda de las
relaciones sexuales no tradicionales», una solución eufemística que
evita referirse directamente a la homosexualidad, como sí hacen algunas
de las normas regionales que le han servido de modelo. Las
organizaciones pueden afrontar multas de hasta 23.000 euros, que se
quedan en algo más de cien para los ciudadanos que transgredan la ley,
mientras que los extranjeros se arriesgan a acabar encarcelados durante
quince días y ser posteriormente deportados. «Estas leyes restringen la
financiación y afectan de manera muy seria a la capacidad de operar de
las organizaciones de gays y lesbianas. A eso se suman las afirmaciones
homófobas de los políticos, que crean un clima en el que las personas se
ven en un riesgo creciente de sufrir agresiones y, en ocasiones, de ser
asesinadas», alerta Gabi Calleja, presidenta de la sección europea de
la asociación internacional ILGA. Rusia y, en general, los países del
antiguo bloque comunista se han convertido en algo así como las reservas
europeas de la homofobia dura, institucional. También tienen figuras
pintorescas, como aquel alcalde de Moscú que dijo que los desfiles del
orgullo gay eran «un lugar para satanistas», pero allí las cosas no se
quedan en la ocurrencia: «En las manifestaciones, los cuerpos de
seguridad del Estado defienden a los atacantes», apunta Aranda.
El chivo expiatorio
«Las actitudes negativas hacia los gays y las lesbianas
están asociadas a menudo con visiones tradicionales sobre los roles de
los hombres y las mujeres en la sociedad. Rusia y muchos países del este
de Europa se caracterizan por un nivel alto de déficit democrático y un
nivel bajo de igualdad entre los sexos», analiza desde Budapest la
socióloga y antropóloga cultural Judit Takács, autora de varios estudios
sobre la homofobia en Europa. «Además -apunta-, si no puedes hacer nada
constructivo por tus electores, siempre tienes la opción de buscar un
chivo expiatorio en alguna minoría social vulnerable: nuestros
incompetentes políticos del Este son conscientes de eso». En Rusia y los
países de su entorno, ser gay no resulta fácil. El mes pasado
asesinaron a golpes en Volgogrado a Vladislav Tornovoy, un homosexual de
23 años que también fue repetidamente violado con botellas de cerveza.
Se pueden mencionar otros ejemplos menos atroces, como el de Antón
Krasovsky, un popular presentador de televisión que fue despedido de
manera fulminante tras salir del armario durante una emisión.
Tampoco es que en el resto del continente se hayan resuelto
todos los problemas de ese tipo. La Agencia de los Derechos
Fundamentales de la Unión Europea presentó en mayo los resultados de una
encuesta realizada en los estados miembros y Croacia, con cifras poco
alentadoras: dos de cada tres homosexuales ocultan o han ocultado su
condición en los centros educativos, uno de cada cinco se siente
discriminado en el trabajo y uno de cada cuatro ha sufrido agresiones o
amenazas en los últimos cinco años. El 75% de los gays sigue teniendo
miedo de ir de la mano por la calle con su pareja. Nuestro país aparece
como uno de los más tolerantes: otro estudio, difundido la semana pasada
por el centro estadounidense Pew, muestra que solo el 11% de los
españoles está en contra de la aceptación social de la homosexualidad,
frente al 18% de los italianos, el 22% de los franceses, el 40% de los
griegos, el 46% de los polacos o el 74% de los rusos.
Tanto Gabriel Aranda como Judit Takács hacen hincapié en
que, con el tiempo, muchos de quienes se alarman ante el matrimonio gay
acaban comprobando que no ha pasado nada. «En España se han casado más
de 20.000 parejas. ¿En qué manera ha afectado eso a ninguna pareja
heterosexual? Cameron ha dicho que está a favor del matrimonio
homosexual precisamente porque él es conservador, defiende la familia y
quiere extender ese modelo», recuerda el representante de la FELGTB. La
investigadora húngara argumenta que la felicidad no es un juego de suma
cero: «El incremento de la felicidad de uno no significa que se reduzca
la de otro. La percepción del matrimonio entre personas del mismo sexo
irá cambiando en unos pocos años, porque la gente se dará cuenta de que
puede convivir en paz, de que esta nueva institución legal no le quita
nada». De hecho, Takács acierta a ver un lado positivo en la «mayor
visibilidad de la homofobia» que se registra en los últimos tiempos: «De
este modo, su existencia no puede ser ignorada y se movilizan los
defensores de la igualdad de derechos. Además, existe la esperanza de
que un número creciente de gente joven en Europa vaya viendo las
manifestaciones homófobas como algo que no mola: a lo mejor así no se
meten en juegos de poder que buscan controlar las vidas de otras
personas».
El Centro de Investigación Pew, con sede en Washington
D.C., ha publicado este mes un estudio sobre la aceptación de la
homosexualidad en diversos países del mundo, resultado de encuestar a
37.653 personas de 39 nacionalidades. Los resultados muestran claras
diferencias por áreas geográficas. Un ejemplo: a la pregunta «¿debería
la sociedad aceptar la homosexualidad?», respondió 'no' el 11% de los
españoles y los alemanes, el 33% de los estadounidenses, el 46% de los
polacos y el 74% de los turcos. Varios países superan el 90%, como
Egipto, Jordania, Túnez, Indonesia, Uganda, Senegal o Nigeria.
El informe del centro Pew demuestra que la postura ante la
homosexualidad no ha cambiado mucho en los cinco años transcurridos
desde su anterior estudio. Se aprecian evidentes mejoras en países como
Estados Unidos (en 2007 aceptaba a los gays el 49% de la sociedad y en
2013, el 60%) y variaciones más leves en otros como España (que pasa del
82% de respuestas positivas al 88%). También hay lugares donde ha
aumentado el rechazo, entre los que destaca Francia: hace cinco años, el
83% respondía que la sociedad debe aceptar la homosexualidad;
actualmente, la proporción se ha reducido al 77%.
de los españoles no desean tener vecinos gays, según la
oleada más reciente de la Encuesta Mundial de Valores. Esa proporción
convierte a nuestro país en uno de los más abiertos en ese aspecto: solo
tienen cifras más bajas Suecia (4,4%), Holanda (4,9%), Andorra (7,3%) y
Noruega (8,3%). Alemania, por ejemplo, se va al 17,3%; el Reino Unido,
al 18,8%; ; Italia, al 25,4%, y Francia, al 34,1%.
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